Por los últimos meses hemos estado inmersos en un mundo desconocido para todos los que habitamos este planeta. Millones de personas desempleadas. Estudiantes que no pueden asistir a la escuela. Hospitales que han excedido su capacidad. Negocios forzados a cerrar sus puertas temporalmente, y en el caso de algunos, permanentemente. El gobierno federal recurriendo a préstamos históricos para aliviar la economía. Familias encerradas en casa sin poder salir a recrearse. Lugares públicos (parques, playas, plazas) cerradas al público. Las iglesias no pueden congregarse en persona. Sin duda son tiempos inusuales. Al mismo tiempo, son momentos históricos que nos enfrentan con la realidad. No crean la realidad, simplemente la exponen. La pandemia del COVID-19 nos confronta con al menos tres de ellas.
La Iglesia no es un Edificio
Durante siglos de tradición la humanidad ha asociado a la iglesia con un edificio. Frases como “vamos a la iglesia,” o “mira, allí hay una iglesia,” revelan lo que viene a la mente de muchas personas al pensar en “la iglesia.” Esta tradición ha ido sucumbiendo ante un reciente movimiento arrollador de plantación de iglesias. Hoy en día cientos de iglesias se están plantando en cines, parques, escuelas, e inclusive, hasta en restaurantes. La idea equivocada de que la iglesia es un edificio ha ido siendo reemplazada por un entendimiento más bíblico de la misma. Pero lo que el movimiento de plantación de iglesias había comenzado a redescubrir la pandemia del COVID-19 ha terminado de reafirmar: la iglesia no es un edificio. En las Escrituras la iglesia es ilustrada como un edificio. En Efesios 2:21-22, el apóstol Pablo describe el crecimiento de la iglesia de la siguiente manera: “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu Santo” (cursivas añadidas). Claramente, el edificio descrito en este pasaje somos los creyentes. El apóstol Pedro también habla de los creyentes como “piedras vivas” que son edificadas como “casa espiritual” (1 P. 2:4). En ningún momento estaba en la mente de los apóstoles el equiparar la iglesia con un edificio. La realidad es clara: las piedras vivas que conforman la iglesia no son de concreto, son de carne y hueso.
Los Seres Humanos no son Soberanos
A los seres humanos se nos ha vendido la idea de que estamos en control de nuestras vidas. Siempre y cuando seamos lo suficientemente precavidos, metódicos y planificadores, nada podrá tomarnos por sorpresa. Esta ilusión es aún más prevalente en nuestra cultura occidental. En una sociedad en la que se ha establecido un culto a la independencia, la autonomía y la auto-realización, no es de sorprenderse que la arrogancia de pensar que somos soberanos sea el resultado natural de dicha idolatría. Pero la pandemia del COVID-19 nos ha traído de regreso a la realidad. Con los pies puestos en la tierra, hemos tenido que reconocer que nunca hemos estado en control. El único soberano en el universo es Dios. “El extiende el norte sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada” (Job. 26:7). “Él está sentado sobre el circulo de la tierra, cuyos moradores somos como langostas” (Is. 40:22ª). Lejos de ser soberanos, los seres humanos somos como gusanos (Job 25:6) en un universo de vasta extensión. Ante una pandemia global lo mejor que podemos hacer es reconocer nuestras limitaciones y aferrarnos al único que tiene el poder de frenarla en un instante.
Somos más vulnerables de lo que pensamos
El éxito puede crear la ilusión de invencibilidad. Cuando estamos en la cima sentimos como que nada ni nadie puede derribarnos. Esto es verdad ya sea de un individuo, corporación, ejército o nación. Estando de pie sobre un pedestal hasta buscamos maneras de evadir la muerte. Recurrimos a experimentos y procedimientos que "lograrán timar” a nuestro peor enemigo. Una pandemia global producida por un rival microscópico es todo lo que se requiere para regresarnos a la realidad. Lo cierto es que no somos invencibles. De hecho que la Palabra de Dios compara la vida del hombre con un soplo (Job 7:7), con una flor (Job 14:2), como sueño (Sal. 90:5) y con neblina (Stg. 4:4). No existe manera alguna de “estafar” a la muerte. El sepulcro es “la casa determinada a todo viviente” (Job 30:23). Pensar lo contrario es vivir engañado. Pero engañados hemos vivido por décadas. Hasta que nos tocó enfrentar un agente invisible al ojo desnudo llamado COVID-19. Un virus es todo lo que Dios necesita usar de manera providencial para recordarle al ser humano cuál es su lugar en la creación. Somos más vulnerables de lo que pensamos.
Cuando Jesús vuelva el no retornará por edificios de piedra. A su venida el consumará un reino en donde su dominio soberano se hará patente. Este cuerpo de vulnerabilidad nuestro será transformado por uno incorruptible y glorioso. Con los ojos puestos en ese día, recibamos el ánimo, el consuelo y la fortaleza para hacerle frente a los afanes de hoy.
Es mi oración que este recurso estimule tus afectos por la Palabra de Dios, sea de edificación para tu alma, te ancle en el conocimiento de la verdad y redunde en tu crecimiento espiritual. Hasta la próxima.
En Cristo,
Winston Williams
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