Hasta ahora hemos visto que tanto judíos como gentiles están bajo pecado. La condición en la que se encuentran hace imposible de que puedan salvarse a sí mismos. Aunque la ley señala el pecado, no tiene el poder para darnos la victoria sobre él. Por tanto, la única esperanza para el ser humano no se encuentra dentro de sí, sino fuera. Primero, alguien con poder para salvar debe venir y hacer una obra de regeneración en el interior del hombre.
La Regeneración
La regeneración “o” el nuevo nacimiento precede a la justificación. ¿Cómo así? Alguien con la voluntad atada al pecado no puede escoger. Alguien con una mente reprobada no puede comprender verdades espirituales. Y alguien que está muerto no puede decidir creer; a menos que vuelva a la vida. Eso es precisamente lo que ocurre cuando Dios salva a una persona. El bautismo simboliza la obra regeneradora que tiene lugar en el interior de una persona en el momento de la salvación. “Porque somos sepultados juntamente con el para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6:4). Una vez que las personas reciben vida nueva, su mente es esclarecida para comprender salvíficamente el evangelio y responder en arrepentimiento y fe. Para el que ha sido regenerado, el resultado de su nuevo nacimiento es que “ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7).
La Justificación
En Romanos 3:28, el apóstol Pablo escribe: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” La palabra justificación “o” justificar solamente aparece en Romanos, y “denota el acto de pronunciar justo.”[1] Ahora, ¿cómo puede una persona culpable ser pronunciada justa? Las personas pueden ser declaradas justas “por medio de la fe en Jesucristo” (Ro. 3:22). Esta justificación se recibe no por mérito propio, sino “gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso por propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia” (Ro. 3:24-25). Al depositar nuestra confianza en Jesús, Él toma nuestro pecado, colocándolo sobre si y absorbiendo la ira de Dios en la cruz, y a cambio nos da su justicia y rectitud. ¡Así es como somos declarados justos! No por obrar nuestra propia justicia, como los judíos pensaban, sino por la justicia de Cristo que nos es imputada mediante la fe en Él. ¡Gloria a Dios!
Conclusión
En la epístola a los romanos el apóstol Pablo encierra a toda la humanidad bajo pecado, pronunciando a todos como culpables ante Dios, sin la habilidad intrínseca de salvarse a si mismos. Las buenas nuevas del evangelio, impregnadas a lo largo de toda la carta, anuncian que mediante la fe en Cristo Jesús y en su obra consumada en la cruz, los hombres pueden ser declarados justos. En otro lugar, Pablo lo explicaría así: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21).
[1] Vine, W.E. Diccionario Expositivo de las Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento Exhaustivo (Nashville: Editorial Caribe, 1999), 478.
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