Los seres humanos nacen en una condición que algunos han identificado como “depravación e inhabilidad total.” Las descripciones que el apóstol Pablo utiliza para la condición del hombre irredento es muerte, esclavitud y condenación. A continuación, exploraremos por qué las personas que se encuentran en esta condición están incapacitadas para salvarse a sí mismas del justo juicio de Dios.
Esclavos
Además de la condición descrita arriba con respecto al corazón humano, se suma la realidad de que la voluntad del hombre está atada al pecado. No se trata de si desea pecar o no, sino que no puede dejar de hacerlo. Pablo lo explica así: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Ro. 6:16). Ahora, esta interrogante en si no significa necesariamente que todos los seres humanos estén esclavizados al pecado. La pregunta retórica de Pablo simplemente enfatiza que los que se someten al pecado son esclavos de este. Pero Pablo da por sentado que esta es la condición del ser humano sin Cristo al decirle a los hermanos en Roma: “erais esclavos del pecado” (Ro. 6:17, 20). El esclavo del pecado no tiene el poder para liberarse a si mismo. Alguien tiene que redimirlo para que sea emancipado.
Muertos
Mentes reprobadas y esclavos del pecado. Esta es la descripción triste que el apóstol Pablo da del ser humano no regenerado. Por si esto fuera poco, Pablo añade el hecho de que están muertos. Ya hemos visto que la esclavitud del pecado produce la muerte. “Porque la paga del pecado es muerte,” escribe Pablo en Romanos 6:23. Esta condición hace que los seres humanos sin Cristo estén bajo la ira y el justo juicio de Dios. ¡Son culpables ante un Dios tres veces santo! Entonces, ¿cómo puede un esclavo, réprobo y muerto salvarse a si mismo? No puede. “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:7-8). En su comentario bíblico, John MacArthur escribe, “Incluso las buenas obras que realizan los incrédulos no son verdaderamente un cumplimiento de la ley de Dios, porque son inducidas por la carne, por razones egoístas, y desde un corazón que está en rebelión.”[1]
Condenados
Para los judíos que defendían un sistema de salvación por medio de obras de la ley, Pablo presenta un arsenal de argumentos que corrigen de manera categórica ese error. La ley en la que algunos confiaban para vida en realidad mataba, “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20). Pablo dice, “pero yo no conocí el pecado sino por la ley” (Ro. 7:7), y agrega, “porque sin la ley el pecado está muerto” (Ro. 7:8), “pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (Ro. 7:9), por lo cual concluye: “hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (7:10). Aunque la ley puede mostrarnos cuan abundantemente pecadores somos, no tiene el poder para cambiar nuestra condición de muerte y esclavitud. Lo único que la ley hace es dejarnos convictos. Por tanto, la evidencia que el apóstol Pablo presenta conduce a una conclusión ineludible: el ser humano no puede justificarse a sí mismo.
[1] MacArthur, John. The MacArthur Bible Commentary (Nashvillve: Thomas Nelson, 2005), 1531.
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